Estamos hechos de tierra, viento y agua del río.
Si pudiéramos asomarnos a simple vista dentro de nosotros, notaríamos de inmediato cuán natural y cercano nos resulta a los Latinos la idea de la conservación y justicia medioambiental. Es algo que llevamos impreso en nuestro ADN, tatuado en el alma desde hace muchas generaciones y que a veces inadvertidamente nos damos cuenta que continúa allí.
La relación de los pueblos originarios de América con el medio ambiente es tan antigua y estrecha como la historia misma. La madre tierra, Pachamama en lenguaje Quechua, Qtxu’ Tx’otx’ para los Mayas o Tlaltenana para los Nahuas, son deidades que representaban a la naturaleza, y una poderosa relación espiritual, cultural, social y económica los unía a sus tierras ancestrales.
Ese cordón umbilical invisible que une a todos los seres vivientes con el medio ambiente, representa el equilibrio entre el sol, el cielo y la tierra, es la conciencia de que todas las cosas, hasta el más minúsculo ser, las montañas, ríos, el océano, animales, plantas y rocas tienen su importancia y están inseparablemente conectados.
En cada una de las culturas indígenas en todo el continente, desde Alaska hasta la Patagonia, encontramos que los mundos material y espiritual se entretejen en una maravillosa y compleja red a todas las cosas vivientes, están imbuidas de un significado sagrado según expone Burger J. en su libro The Gaia Atlas of First Peoples: A Future for the Indigenous World, 1997.
Esas leyes han existido siempre en todas las culturas antiguas de América, y aunque no estaban necesariamente escritas, eran conocidas y respetadas por todos. En sus costumbres, su vida diaria así como sus prácticas tradicionales reflejaban tanto el amor a la tierra como esa responsabilidad por su preservación para las generaciones futuras.
Nuestros pueblos originarios utilizaban los recursos que proveía la tierra, como la madera o el agua, de manera moderada; cazaban, pescaban o recolectaban lo estrictamente necesario para la supervivencia de sus pueblos, teniendo el cuidado de no sobreexplotar los recursos, y siempre agradecían lo que tomaban. Comprendían, no sin errores, cuánto dependían de ese medio ambiente, y si éste era degradado simplemente ellos mismos sufrían las consecuencias.
Hoy en día el mundo se encuentra en una encrucijada, lo que antes fue una idea por volver a los métodos ancestrales de conservación indígenas para enfrentar el cambio climático, ahora se ha convertido en una necesidad imperiosa.
Los métodos vigentes para proteger las áreas naturales utilizados han resultado muy controversiales y, de todo, menos justos. Estos ignoran completamente a las comunidades que viven en las áreas protegidas como si no existieran o peor aún, los expulsan, de forma abierta o encubierta, despreciando sus costumbres y el valioso conocimiento que les había permitido mantener ese equilibrio donde naturaleza y comunidades conviven en armonía.
Las prácticas ecológicas ancestrales, por ejemplo en la agricultura tradicional han demostrado ser más eficientes y respetuosas del medio, pues no están basadas en obtener renta sino en la sustentabilidad de las comunidades: es la forma natural y apropiada para preservar la tierra, el agua y el aire.
Un excelente ejemplo es el manejo que han hecho los pueblos de la reserva de biosfera de Uaxactún, una zona de Guatemala donde la explotación de la caoba, un árbol de madera preciosa que está seriamente amenazado en los trópicos. La concesión les fue entregada a los pobladores locales, no para hacerse ricos, sino como medio de sustento, y han establecido un sistema asombrosamente eficiente que le ha permitido a los árboles de caoba recuperarse, para beneficio tanto de la vida silvestre como de la comunidad.
Además, este método indígena, genera 14 mil empleos directos sustentables, y otros 90 mil indirectos en la zona, donde casi no se producen incendios, no hay cacería furtiva o tala ilegal. Un modelo de sustentabilidad extraordinario que está siendo estudiado para replicarlo en otros países.
El concepto de justicia medioambiental no es nuevo, solo que ahora viene con un nuevo envoltorio y otro nombre. Siempre ha estado entre nosotros, creciendo, nutriéndose, esperando volver a ser invocado a través de la educación y el activismo, a fin de reunir de nuevo el mundo natural con el nuestro, pues somos uno solo.
Las comunidades indígenas de todos los países deben ser consideradas parte del medio ambiente, y por lo tanto ser protegidas. Somos parte de ellas. Nuestra cultura, costumbres y esa relación ecológica no debe ser olvidada, ni sustituida por otras.
Durante estas próximas cuatro semanas celebramos la hispanidad y los pueblos Indígenas y el Sierra Club se integra como uno solo para apoyar la diversidad, el respeto por nuestra herencia ancestral, la igualdad de derechos y la necesaria integración de esa riquísima cultura como un valioso aporte a esa unidad indivisible que aspiramos a ser como nación.
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