En 1964, el poeta nacional cubano, Nicolás Guillén (1902-1989) publicó una colección titulada ‘Tengo’ en la cual apareció el poema ‘Crecen altas las flores’, el cual, por ser cinco páginas de largo, no podemos reproducir en su totalidad. Este poema arroja mucha luz sobre unas realidades de la vida actual estadounidense, realidades duraderas y dolorosas, las cuales pudieran parecer meramente históricas para algunos jóvenes de hoy.
Por eso, quisiera compartir algunos ejemplos de la perspicacia política y cultural de Guillén con nuestros lectores. Se verá cómo vienen como guante a la mano para lo que pasa a diario en EEUU. Como dice el proverbio: ‘No hay nada nuevo bajo el sol’, y los versos de Guillén pueden animarnos a ver las cosas como son y a tomar el trabajo de saber por qué son así. Reflexionar sobre los versos de Guillén a la luz de nuestros días podría perturbar mucho a muchos, pero por eso mismo es una apertura de ojos necesaria.
En los primeros versos, Guillén se presenta al lector como hombre a quien nadie puede engañar, identificándose con los grupos oprimidos y explotados de América Latina: los indios y los negros (acuérdese que Guillén fue mulato y que esto informaba su perspectiva universal). No deja de mostrar su solidaridad con los que se oponían al imperialismo, los chinos y, sobre todo, con la Unión Soviética – que apoyaba de manera significativa a la Revolución Cubana cuando, por ejemplo, empezó a comprar el azúcar de Cuba cuando EEUU impuso el bloqueo económico contra Cuba en 1962.
Luego, para despertar la memoria del lector, enumera varios personajes y entidades que son los autores intelectuales, promotores y agentes de represión e injusticia, formando una ‘Alianza para el Progreso’, un programa promulgado en 1961 por John F. Kennedy, el entonces presidente de EEUU, para servir de contrapeso a la influencia y popularidad de la Revolución Cubana en América Latina. Los versos de Guillén desmienten las apariencias benéficas de la Alianza para el Progreso, nombrando a los que realmente se beneficiaban de ella política o económicamente, como por ejemplo: Joseph McCarthy, Rockefeller, la compañía Ford, United Fruit Company, World Bank, Chase Bank, todo lo cual le autoriza moral e intelectualmente para declarar que debido a todo lo que sabe y que ha visto – y por los eventos de los cuales el mundo también había sido testigo – él sabe llamar las cosas por su nombre:
Si yo no fuera un hombre seguro; si yo no fuera
Un hombre que ya sabe todo lo que le espera
Con Lynch en el timón, con Jim Crow en el mando…
Si yo no fuera un hombre soviético, de mano
múltiple y conocido como mano de hermano:
Si yo no fuera todo lo que soy, te digo
que tal vez me pudiera engañar mi enemigo….
Pero que no me vengan con cuentos de camino,
pues yo no sólo pienso, sino que además opino
en alta voz y soy antes que nada un hombre
a quien le gusta llamar las cosas por su nombre.
En las siete coplas antes del cuarteto con que termina el poema, Guillén hace un resumen de las metas del proyecto imperialista. Le presenta al lector una letanía horrorosa de lo que será América Latina si tiene éxito y traza el origen de ese proyecto a las actitudes de mucha gente del Sur de EEUU:
Adelante, Jim Crow; no te detengas; lanza
tu grito de victoria. Un ¡hurra! por la Alianza.
Lynch, adelante, corre, busca tus fuetes. Eso,
eso es lo que nos urge… ¡Hurra por el Progreso!
Así de día en día (aliados progresando)
bajo la voz de Washington, que es una voz de mando)
hacer de nuestras tierras el naziparaíso:
ni un indio, ni un mal blanco, ni un negro, ni un mestizo
y alcanzar la superba cumbre de la cultura
donde el genio mecánico de una gran raza pura
nos muestre la profunda técnica que proclama
en Jacksonville, Arkansas, Mississippi, Alabama
el Sur expeditivo cuyos torpes problemas
arregla con azotes, con perros y con quemas.
No cabe duda de que después de la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis encontraron asilo en varios países de América Latina, a veces con el apoyo de EEUU, un hecho histórico que nadie ignoraba y que nadie puede negar. Aunque en este poema Guillén no lo menciona (porque no es el enfoque del poema), es difícil de imaginar que no se le ocurriera cuando comparaba la política de EEUU y su comportamiento hacia Cuba y el resto del hemisferio en los años de posguerra. De modo que es posible que la muy conocida presencia de nazis en los países de Sudamérica pudiera haberle inspirado para acuñar la palabra ‘naziparaíso’ al exponer poéticamente las maniobras de EEUU en nuestro hemisferio.
Hoy en EEUU, hay quienes preferirían ocultar estas verdades a fin de poder resucitarlas y ejercitarlas con virulencia e impunidad a través de maniobras con el sistema electoral en todos los estados controlados por los trumpistas. En muchos estados, han cambiado los límites de las zonas de representación legislativa, y muchas voces fascistas claman por negar la historicidad del holocausto y de lo que realmente era la esclavitud y promueven el racismo y la violencia.
No vayamos a creer tampoco que los demócratas sean exentos de crítica. De manera sucinta en el mismo poema, Guillén hace hincapié en el sistema hipócrita de los dos partidos en EEUU en la medida en que se proyectan como visiones alternativas:
Monstruo de dos cabezas bien norteamericano
una mitad demócrata, otra republicano;
monstruo de dos cabezas, mas ninguna con seso,
no importa que nos hable de alianza y de progreso.
‘Alianza y progreso,’ eso sí, para los que promueven la rapiña y el saqueo de la materia prima de América Latina y, aplicando el poema a nuestras circunstancias y tiempos, la explotación de la mano de obra en EEUU. Es cierto que el monstruo de dos cabezas no tiene seso; tiene hambre y sed insaciables. En el nombre de la libertad y la democracia, el monstruo financía y respalda intervenciones. Es autor de golpes de estado y movimientos injerencistas en colaboración con las oligarquías que, para perifrasear las palabras de Eduardo Galeano, han vendido las almas por un precio que le daría vergüenza al Dr. Faust. Y todavía se siente la rodilla del Tío Sam, la muy conocida caricatura internacional de EEUU y, por ende, símbolo promotor de la Alianza y el Progreso, en la nuca de América Latina (y repito, de la gente trabajadora de EEUU)—y con su voz de monstruo, quejándose de que se queje el explotado, oprimido y ofendido.
Nosotros que ponemos atención a los noticieros sabemos muy bien quienes son y cómo son los culpables. No conviene enredarnos con detalles sobre el caos de los demócratas por falta de unidad, no. Saben todos muy bien que mucho del estancamiento legislativo reciente es por culpa de los Senadores Joe Manchin y Kyrsten Sinema. Pero infinitamente más nefasta es la cobardía traidora de casi todos los republicanos que se niegan a pensar, hablar, actuar y votar sin la aprobación y beneplácito de su pequeño y ridículo führer, sobre todo después del 6 de enero. Han abandonado hasta la última y más mínima simulacro de querer sostener un sistema que representa los deseos—y los votos—de la mayoría. Se han quitado la máscara. Ya no debe llamarse el Partido Republicano porque casi todos sus miembros son abiertamente fascistas.
Todos hemos visto a estos desenmascarados descarados. Los hemos visto usurpando la bandera estadounidense, arropándose en ella como si fuera de ellos únicamente e, irónica y simultáneamente, flameando sin vergüenza la de los Estados Confederados de América, integrados por los estados del sur de EEUU y derrocados tras la Guerra Civil (1861-1865) e incorporándose hipnotizados a las filas del culto de Trump. Por eso, los versos de Guillén son tan llenos de significado hoy como cuando los escribió hace casi seis décadas.
Los versos de Guillén dan testimonio digno de creer que estas tendencias y posturas racistas y antidemocráticas no aparecieron de la noche a la mañana. De la misma manera, la insurrección del 6 de enero no resultó de un estallido de entusiasmo espontáneo. El lector ha de recordar que los insurreccionistas habían diseñado playeras con sus lemas de rebelión para llevar ese día.
Se ha reconocido que Trump no es la causa, sino el síntoma de lo que lleva la etiqueta ‘trumpismo’. El perfil y las características de este fétido fenómeno han venido urdiéndose en el seno de grupos que hasta hace poco se llamaban, casi inocentemente, ‘conservadores,’ pero la verdad es que han estado metamorfeándose en las márgenes de la sociedad en el sur de EEUU a partir de los años inmediatamente después de la Guerra Civil y extendiéndose a lo ancho y largo del país hasta nuestros días. Trump simplemente les empoderó al darles la luz verde (para aprovecharse de ellos, claro).
Ahora, algunos de sus seguidores en las legislaturas estatales intentan suprimir ciertas verdades al ‘cancelar’ obras de literatura e historia que examinan el tema del racismo y la injusticia en general. ¿Supondrán que, si pudieran lograr que el pasado se olvidara, podrían repetirlo?
Es posible que las mentiras, las distorsiones y omisiones repetidas tengan éxito, ¿a corto o a largo plazo? Sea como fuere, las palabras de Guillén todavía saltarían de la página aún en nuestros días o en un momento futuro y bajo nuevas circunstancias. Nos hacen recordar el interrogativo retórico de otro poeta revolucionario, el salvadoreño Roque Dalton (1935-1975). Es una pregunta que también se les podría plantear a los periodistas, a los dramaturgos y a los músicos:
¿Para qué debe servir
la poesía revolucionaria?
¿Para hacer poetas
o para hacer la revolución?
Así es que se espera que los versos de Guillén sirvan de recordatorio y puntos de comparación y todavía más: de un llamado a la acción colectiva e individual para cambiar todo lo que tiene que ser cambiado para construir un estado justo y verdaderamente libre para todos y no el naziparaíso para unos pocos.
El poema ‘Crecen altas las flores’, y otros igualmente impactantes de Guillén, puede encontrarse en su totalidad, en la colección de Ediciones Cátedra, Suma poética.
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