El mundillo cinematográfico de 2019 estuvo dominado por una interrogante que en euforias corrió de boca en boca: ¿Ya viste Parásitos?
El último filme del sudcoreano Bong Joon-ho no solo ganó por unanimidad en mayo del pasado año la Palma de oro en el Festival de Cannes, sino que recibió una ovación de ocho minutos por parte de una audiencia puesta de pie.
Desde entonces se convirtió en la película «a cazar» en cualquier lugar del mundo y el Festival del Nuevo Cine en La Habana fue una prueba de ello: ¿Ya viste Parásitos?
La historia de una familia de malvivientes, que gracias a su inteligencia y argucias logra infiltrarse en el modo de vida de otra familia burguesa, no dejó de crecer desde entonces y de arrasar en cuanto certamen asomara la cabeza. Hace unos días, al recibir el Globo de oro al mejor filme extranjero, un cáustico Bong Joon-ho dijo: «Una vez que superas la barrera de un centímetro de los subtítulos, conocerás muchas películas maravillosas», con lo cual estaba defendiendo la calidad de filmes de distintas nacionalidades y culturas, que por no estar hablados en inglés, u otro de los idiomas dominantes en las pantallas, pueden ser perfectamente ninguneados por la promoción internacional, o por espectadores pastoreados en un mismo tipo de cine industrial.
Entrevistado por el sitio Birth.Movies Death, el director hizo como si se sorprendiera cuando le preguntaron por las connotaciones sociales y políticas de Parásitos y dijo que su intención era expresar un sentimiento específico de la cultura sudcoreana. «Pero luego de proyectarse el filme –convino– todas las respuestas de audiencias diferentes eran básicamente la misma, lo que me hizo comprender que el tema es universal».
Y de manera concluyente dijo: «Esencialmente todos vivimos el mismo país llamado capitalismo».
Lo cierto es que por muy «risueño y sorprendido» que trate de presentarse Bong Joon-ho, desde que debutara en el 2000 con una película sobre un asesino de perros –Barking Dogs–, los especialistas se fijaron en el entonces joven de 29 años y en su primer boceto de comentario social y político, que más tarde establecería como trasfondo omnipresente de sus argumentos policiales.
Ese interés por resaltar las desigualdades sociales y otras sombras acompañantes del sistema capitalista aparece lo mismo en Memorias de un asesino (2003, visto en nuestra televisión), que en su penúltimo y más discutido filme, Rompenieves (2013), una distopía signada por un ácido sentido del humor que, entre otros temas, se refiere a la propaganda burguesa en función de reforzar «la necesaria» diferencia de clases y al injusto reparto del poder, desarrolladas esas ideas en un entramado de desbordante imaginación.
Con Parásitos el director tiene el don de hacernos pasar de la risa al espanto en una transición pletórica de simbologías.
Su principal mérito artístico es la articulación de diferentes géneros, entradas y salidas en cada uno de ellos y una combinación de emociones determinadas por el humor, el drama (sin dramatizar), el policiaco, el fuerte contenido social, el thriller, el terror, y dos finales difíciles de definir y que vienen a coronar el conflicto con una extraña mixtura de humanidad y rabia, tanto física como intelectual.
La familia Kim, que sobrevive en medio del paro, es pobre pero inteligente. Los Park, arrogante el marido y con poco seso la mujer, miran a los de abajo desde las alturas vanidosas de los que todo lo tienen. Los Kim viven a ras de suelo, prácticamente en una cueva donde los transeúntes se detienen a orinar; los Park, nadando en dinero, en una mansión de ensueños. ¿Qué tal si los Kim se disfrazan de chofer, sirvienta, profesor de inglés… y se van a ofrecer sus servicios a los Park y de paso a disfrutar algo de lo que les está vedado por su condición social?
Magistral Parásitos, y pecado de cinefilia no verla.
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