Algún tiempo atrás en la historia de los Estados Unidos, estados como Pennsylvania, Nueva York, Connecticut, Massachusetts y Michigan tenían una gran población de emigrantes – personas que habían roto las leyes para llegar a sus nuevos hogares. El gobierno federal exigía que los funcionarios de esos estados deportaran a los “ilegales”, pero estas órdenes se encontraron con una resistencia generalizada por parte de los radicales.
Fue en el 1850, y la ley fue la ley del esclavo fugitivo. Con esta ley se requería que los funcionarios y todos los ciudadanos de los estados del norte ayudarán a deportar esclavos fugitivos, o cualquier persona la cual un sureño afirmaba ser un esclavo fugado, devuelta a una vida brutal y generalmente corta de trabajo aterrador en las plantaciones de algodón y caña de azúcar de Mississippi y Louisiana.
Pensé en esta historia después de asistir a una reunión de activistas en Connecticut para organizar resistencia y apoyo a decenas de miles de familias (millones en todo el país), que han sido arrojadas al temor de ser despedazadas cuando padres o madres se enfrentan a redadas, encarcelamientos y deportaciones.
No, la situación no es idéntica a la de 1850. Pero los paralelos son notables.
Los africanos esclavizados y sus descendientes no escogieron la esclavitud en las plantaciones sureñas y arriesgaron sus vidas para escapar de ella a los “estados libres”. Los migrantes de América Latina, el Caribe, África y otros lugares hoy no eligieron la guerra, las bandas criminales, la represión, la pobreza y/o la falta de oportunidades que los obligaron a abandonar las comunidades que conocían y amaban para venir a los Estados Unidos. En cada caso, huyen de un sistema que se impone desde el exterior.
En el Sur anterior a la Guerra Civil, fueron los propietarios de las plantaciones del Sur y los banqueros del norte (y británicos), los comerciantes y los dueños de las fábricas de algodón los que aprovecharon y apoyaron el sistema. Lo hicieron con el respaldo del poder armado del gobierno de los Estados Unidos.
Hoy en día, son gigantes multinacionales con sede principalmente en los Estados Unidos, con sus aliados locales en todo el mundo, aún respaldados por el poder armado del gobierno de Estados Unidos, que perpetúa las condiciones por las cuales la gente ha huido.
En ambos casos, las familias son destruidas. Los padres son separados de sus hijos, y tal vez no vuelvan a verlos.
Pero también hay una tradición de resistencia de la cual enorgullecerse. Después de que se aprobara la ley de esclavos fugitivos, los ciudadanos indignados en los estados del Norte se organizaron para proteger a sus vecinos amenazados. Algunos estados y ciudades aprobaron leyes que prohibían el uso de cárceles locales o la asistencia de funcionarios estatales en la detención o devolución de presuntos esclavos fugitivos. En algunos casos, los abolicionistas irrumpieron en la cárcel, liberaron cautivos y los ayudaron a escapar a Canadá.
Hoy en día, en ciudades y pueblos alrededor del país, la gente se está uniendo en el espíritu de los abolicionistas. Las ciudades y los estados están aprobando leyes de “santuario”, para rechazar la cooperación con las deportaciones. Las congregaciones enteras están recaudando dinero y haciendo planes para proporcionar asistencia legal, apoyo familiar y otras ayudas.
En la década de 1850, el gobierno federal estaba controlado por los esclavistas y sus aliados colaboracionistas. Intentaron eliminar la disidencia, procesar y encarcelar a aquellos que desafiaron la ley para proteger a otros de la esclavitud. Y hoy, el gobierno de Trump amenaza la retribución.
Los estadounidenses, como la gente de cualquier nación, pueden señalar su historia con orgullo y horror. Podemos reconocer el horrible crimen de la esclavitud, incluso cuando celebramos la resistencia y las rebeliones de los esclavos y la determinación de sus aliados para estar a su lado.
Hoy en día, podemos sentirnos orgullosos de nuestro país -no en el falso patriotismo basado en el dólar de Trump y su congreso corporativo- sino en la espontánea manifestación de congregaciones, sindicalistas, estudiantes y simplemente vecinos, en solidaridad con quienes están amenazados. Son estos patriotas los que están haciendo a América grande otra vez.
Traducido de: Resisting the deportations: Trump’s modern-day Fugitive Slave Act
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