Nota introductoria: La economía capitalista ha producido un ser humano que, en los momentos de crisis, como en esta coyuntura de coronavirus (COVID-19) es capaz de comprar todo, dejando sin nada a otros que necesitan de los mismos artículos. —Dagoberto Gutiérrez.
Estos son tiempos difíciles y complicados para los cuales nadie estaba preparado. De la noche a la mañana, no sólo un país, sino el mundo entero, entra en crisis. Ahora, no es una guerra la causa, como en tantas épocas de la larga historia de la humanidad, no. Ahora es un virus, y no como el de los ordenadores, el que se transformó en epidemia y ahora es una pandemia. Ahora, no es el espectro del comunismo tan vilificado por los dueños del todo lo que flagela la raza humana a nivel mundial. Esta vez, es un virus lo que lleva los mercados al borde del colapso y hace temblar al sistema capitalista y no la siempre imaginada amenaza de los “rojos.”
La histeria zenofóbica, la locura y el pánico colectivos llevan a los gobiernos a cerrar sus fronteras, escuelas, universidades, iglesias, playas, cines, hoteles, casinos—en fin, los más prestigiosos centros de entretenimiento y diversión no abren sus puertas. Se avecina una nueva recesión que pudiera convertirse en una depresión económica mundial. La naturaleza del sistema capitalista está al desnudo: Su absurdez e injusticia están a plena vista para los que se toman el trabajo de contemplarlo.
Entre todos los sitios cerrados, a los restaurantes se les impone la restricción del distanciamiento social y la convivencia entre seres humanos se vuelve nula. El contacto físico, el saludo fraternal desaparece. Casi ningún contacto es posible por el temor a contagiarse, y el miedo es total. El virus tiene la característica de no discriminar a los pobres de los ricos, a los del 99% de los del 1%.
El lavaplatos recuerda algo similar que ocurrió en su patria durante la guerra civil salvadoreña en noviembre de 1989 (en la Ofensiva al tope u Ofensiva fuera los fascistas). Pero hoy en día, en los Estados Unidos, una sociedad sumamente individualista, el escenario se complica.
El gobernador de California ordenó cerrar todos los bares, los night club, las cafeterías y por supuesto, los restaurantes, donde trabajan miles de indocumentados (los sin papeles). En fin, están cerrados los lugares donde trabajan mujeres y hombres buenos y honestos—trabajadores incansables y productores de riqueza.
El no laborar es un problema mayúsculo por los compromisos de familia: alimentación, salud, pago de la casa o apartamento o el pago de la educación universitaria de sus hijos. Y esto es sólo el comienzo, ya que hay otras necesidades y otros gastos de vida: gas, agua, energía eléctrica, teléfono, cable, auto e internet.
Puesto que estamos en cuarentena en este momento, el internet ya no es un lujo. Es una de las maneras de contacto seguro e instantáneo, más poderosos que el teléfono. Estos días que se prolongan en semanas y meses podrían compararse con el título de la obra de Gabriel García Márquez El amor en los tiempos del cólera, aunque cambiándose de nombre pues, podrían llegar a ser conocidos en un futuro libro de historia como el amor en los tiempos del coronavirus y el internet.
En algunos casos, la gente ha saqueado los supermercados usando su tarjeta de crédito, por así decirlo. El papel higiénico y el agua llevan la delantera superando la comida, y la gente se pelea por estos productos al grado de que se ha aumentando la seguridad en las tiendas.
Es dramático ver que los restaurantes sólo venden comida para llevar, lo que hace que un lavaplatos sólo lave cacerolas y los utensilios de una cocina; las máquinas de lavar platos están paradas. Los cocineros tienen poco trabajo y no se necesitan meseros, si alguien trabajaba doce horas antes, hoy sólo lo hace seis o menos. Los empleados están a medio tiempo, otros están parados totalmente. Para decenas de miles, la economía familiar está deteriorándose.
El lavaplatos reflexiona que este es un momento para el amor en su máxima expresión, no el romántico sino el que se expresa en la solidaridad con la familia, con los amigos y con su comunidad. Sólo así podremos sobrevivir la crisis de esta pandemia.
Quizá sea el momento de aprovecharnos de la oportunidad para ver a nuestros congéneres como hermanos y hacer florecer los mejores sentimientos de nuestro ser al brindarle ayuda a quien lo necesite. Los principales afectados son las personas mayores de sesenta y cinco años, muchos de los cuales con impedimentos de movilidad que no les permite salir a comprar y por eso necesitan nuestro apoyo.
Mientras el coronavirus hace estragos en todos los continentes, haciendo colapsar los sistemas de salud, mientras las grandes corporaciones farmacéuticas obtienen jugosas ganancias, pareciera ser que nuevamente los trabajadores y el pueblo en general cargará con esta crisis provocada por el coronavirus, una crisis que, repito: No respeta a ninguno por su condición socioeconómica.
El lavaplatos piensa que es el momento para organizarnos en el cuidado de nuestros seres queridos, en especial de los vulnerables, pero también un espacio oportuno de concientización sobre el fracaso del sistema económico predominante, el capitalismo, y un tiempo para luchar para cambiarlo por otro más humano, fraternal y solidario.
No cabe duda de que estos son los tiempos del coronavirus y el internet.
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