Administración de Trump: El pez se empieza a pudrir desde la cabeza
Un miembro de la caravana migrante centroamericana, sosteniendo a un niño, mira a través del muro fronterizo hacia los EE. UU., En Tijuana, México, el 29 de abril. Hans-Máximo Musielik / AP

Pierde uno la cuenta de los abusos y vejaciones que estamos sufriendo casi a diario:

  • Un abogado amenazó con delatar a ICE a los trabajadores de un restaurante de Nueva York por hablar en español con sus clientes.
  • En Montana, ICE detuvo a dos ciudadanas estadounidenses en una gasolinera por hablar español.
  • En Florida, un candidato republicano defendió que a los puertorriqueños que emigran al continente no se les debería dejar votar, pese a que son tan estadounidenses como el que más.
  • La Secretaria Federal de Educación indicó que cada escuela tiene derecho a decidir si delatar a estudiantes indocumentados a ICE, etc., etc., etc.

Pero el mayor escándalo, el que a emigrantes como yo nos está haciendo ver la Estatua de la Libertad como un adorno urbano más, es el inhumano trato al que las autoridades migratorias someten a las familias de inmigrantes que tratan de entrar en Estados Unidos. Desde octubre, ICE ha separado a unos 700 niños de sus padres cuando, como familias, trataron de cruzar la frontera, para luego llevarlos a centros de detención donde incluso son enjaulados, pateados, golpeados, amenazados con abuso sexual y, en el caso de una joven guatemalteca, muerta a tiros.

Dominga Vicente le muestra a los periodistas una foto de su sobrina, Claudia Patricia Gómez González, durante una conferencia de prensa. La Sra. Gómez fue asesinada a tiros por un agente de la Patrulla Fronteriza de los EE. UU. El 23 de mayo. | Moisés Castillo / AP

Los menores son transferidos más tarde al “cuidado” del Departamento de Salud y Servicios Humanos que les debe encontrar un lugar donde quedarse. Pero, como si arrancar a un hijo de los brazos de sus padres no fuera suficiente, el Departamento recientemente reconoció que, de los 7.000 niños entregados a patrocinadores para su cuidado a finales de 2017, desconoce qué se hizo de 1.475 de ellos.

El pez empieza a pudrirse desde la cabeza. El Presidente Trump, el que nos llamó criminales y violadores durante la campaña, perdió lo poco que le quedaba de dignidad cuando dijo que los indocumentados “no son personas, son animales” y su Casa Blanca reconoció que estos son métodos de “disuasión” para detener el flujo de inmigrantes.

Otro refrán dice que del árbol caído todos hacen leña. No es nuevo que millones de indocumentados vivan en las sombras de esta sociedad vulnerables a todo tipo de abusos. Un estudio de la Universidad Estatal de Washington develó que los inmigrantes que no hablan inglés es el grupo demográfico más expuesto a contaminación mortal del aire. Otro reporte de la Universidad de Minnesota concluyó que los hispanos en general son el grupo étnico que respira el aire más contaminado del país.

Aún así, el aporte de los indocumentados a esta sociedad es enorme. Cada año contribuyen con $11.600 millones en impuestos a la economía nacional, a un índice contributivo superior al 1% de los estadounidenses más ricos.

Es difícil tragar semejante dosis de hipocresía de Trump y su administración cuando sus familias llegaron a este país en circunstancias muy similares, escapando también de la opresión, la violencia o la miseria.

Solo hay una opción, resistir. Los abogados del Sierra Club han presentado un documento legal de apoyo a la oposición de casi 80 grupos contra un pleito de la administración Trump que pretende anular tres “leyes santuario” en California, las cuales ofrecen importantes protecciones a los inmigrantes indocumentados del estado. El pleito de la administración es parte de un operativo nacional para eliminar la resistencia de las “ciudades santuario” a las prácticas represivas contra los indocumentados.

La historia nos juzgará a todos, quiénes resistimos y quiénes se rindieron.

Sierra Club


CONTRIBUTOR

Javier Sierra
Javier Sierra

Javier Sierra es un columnista del Sierra Club.

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