Alicia Alonso, la leyenda del ballet que creó en gran medida la danza clásica en su Cuba natal, murió el 17 de octubre a la edad de 98 años.
Granma comparte fragmentos de entrevistas concedidas por la Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso a Marta Rojas, Mario Cremata Ferrán y Pedro de la Hoz.
«Existimos para crear belleza y, a través de ello, hacer que el mundo y los seres humanos sean un poquito mejores. Nos toca contribuir decididamente a la paz, a la creatividad y al mejoramiento humano.
«En el ballet hay mucha imaginación; y verlo es un bálsamo, un descanso, un reposo mental de todas las preocupaciones, los dolores de cabeza. Y al mismo tiempo, una demostración muy grande de lo que se puede hacer con el cuerpo humano, que es bien complicado. Eso es un gran estimulante, así que no pierdan más tiempo: vayan a disfrutar de una función de ballet.
«Para nosotros, hoy debemos decirlo, el apoyo de la Universidad en nuestros afanes, fue decisivo. Con firmeza habíamos escogido un camino: echar las raíces en nuestra patria; hacer llegar a todos el disfrute estético de nuestro arte, hacerlo comprender y amar por las mayorías.
«En aquella sociedad de los años 50 gran parte del arte era patrimonio de una sola y reducida clase, luego de nuestra Revolución la situación es distinta. A todos se nos plantearon tareas nuevas. Ya no era solamente arraigar el arte entre las masas trabajadoras, era crear y desarrollar los artistas en ellas.
«Tuve la dicha de que el sueño de situar el ballet como una de las expresiones culturales más importantes en la nueva realidad revolucionaria comenzara a cumplirse muy pronto.
«Imagine usted lo que esto representa; una islita pequeña, que heredó el subdesarrollo, con una Escuela reconocida en el mundo entero. Y luego, el hecho de que no es una escuela para una élite, es de todo un pueblo, con profesores y bailarines salidos del seno de ese pueblo y un público amplísimo y diverso. ¡Oiga, eso es algo fabuloso, que no existe en ninguna otra parte, lo puedo asegurar! Ahora bien, la verdad hay que decirla: la Escuela es obra de la Revolución.
«Fidel es un ser excepcional; hizo rápidamente suyas nuestras ideas y las enriqueció. Desde el primer encuentro que sostuve con él, me di cuenta de que Fidel comprendía la importancia de la cultura artística, y particularmente del ballet, para la Revolución.
«Aquí trabajamos por servir a la Patria, por crecer como seres humanos, en medio de grandes dificultades, pero con plena confianza en el futuro.
«Lo que quisiera es que me recuerden…, pero que me recuerden como soy».
Nacida el 21 de diciembre de 1920, en el reparto Redención, popular barriada de Marianao, en un modesto hogar formado por Antonio Martínez Arredondo, teniente veterinario del Ejército, y Ernestina del Hoyo y Lugo, refinada modista, nuestra ilustre compatriota encontró en la danza desde muy temprana edad la vocación que guiaría toda su vida.
Su ruta estelar, iniciada en la Escuela de Ballet de la sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, en 1931, se vio obligada a tomar nuevos derroteros al tener que marchar al extranjero por el escaso nivel, los prejuicios y el carácter elitista que enfrentaba el ballet en la Cuba de entonces. Trazar su órbita artística profesional es tarea ciclópea, pues abarca desde las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan, el Ballet Theatre de New York, el Ballet de Washington y el Ballet Ruso de Montecarlo, hasta sus colosales triunfos como estrella invitada de las más relevantes compañías, festivales y galas de ese género artístico en todo el mundo. Su excepcional categoría de prima ballerina assoluta no obedeció a una caprichosa reputación jerárquica, sino al dominio de un vasto repertorio de 134 títulos que abarcó las grandes obras de la tradición romántico-clásica y creaciones de coreógrafos contemporáneos.
Cuando el 28 de noviembre de 1995, en el Teatro Massini de la ciudad italiana de Faenza, hizo un alto en su trayectoria como intérprete, ya había logrado establecer un récord difícil de igualar, no solo por el tiempo de vigencia sobre las puntas, sino por el nivel de excelencia con que lo hizo.
Pero la grandeza de la Alonso, para nosotros sus coterráneos, no radica solamente en habernos representado triunfalmente en 65 países, recibir las más atronadoras ovaciones, imposibles de contabilizar, de Helsinki a Buenos Aires, de New York a Tokio o Melbourne, sino en haber puesto al servicio de su Patria todos los honores recibidos, entre ellos los 266 premios y distinciones internacionales, 225 de carácter nacional y las 69 creaciones coreográficas –románticas, clásicas y contemporáneas– que ha realizado, revirtiéndolos como frutos del quehacer que ella ha visto siempre como modesta contribución no solo a su cultura, sino a la cultura danzaria mundial.
Hace más de medio siglo al regresar a nuestro país cargada de honores extranjeros, no vacilaba en declarar: «Toda mi esperanza y mis sueños consisten en no volver a salir al mundo en representación de otro país, sino llevando nuestra propia bandera y nuestro arte. Mi afán es que no quede nadie que no grite: ¡Bravo por Cuba!, cuando yo bailo. De no ser así, de no poder cumplir ese sueño, la tristeza sería la recompensa de mis esfuerzos».
Esa patriótica postura la llevó a fundar, junto a Fernando y a Alberto Alonso el 28 de octubre de 1948, el hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), y en 1950 la Academia de Ballet que llevó su nombre y tuvo la tarea histórica de formar la primera generación de bailarines dentro de los principios técnicos, estéticos y éticos de la hoy mundialmente reconocida Escuela Cubana de Ballet. Durante 71 años, especialmente a partir del triunfo de la Revolución, pudo, con mano firme, situar al BNC entre las compañías de mayor prestigio a nivel mundial, fundamentar un sistema de enseñanza que hoy abarca la totalidad de la Isla y es la garantía del ballet cubano, así como estimular un movimiento de colaboración internacionalista que en el campo del ballet Cuba ha extendido a casi medio centenar de países de América, Europa, Asia y África. Es la Alicia guía y mentora, que con su don aglutinador pudo convocar en La Habana, en 26 Festivales Internacionales de Ballet, a las más célebres personalidades de la danza, en una fiesta de arte y amistad. Y es también la Alicia que hemos visto dar la mejor entrega de su magisterio, lo mismo en escenarios de la más alta prosapia que en rústicas tarimas, en plazas públicas, fábricas, escuelas y unidades militares, consciente de que al pueblo, cualquiera que este sea, siempre se asciende y nunca se desciende.
Los que tuvimos el privilegio de estar a su lado, conocimos también el extraordinario ser humano que había en ella, que por coraje y férrea disciplina no se dejó derrotar nunca por quebrantos físicos, vicisitudes o incomprensiones.
Fue la Alicia nuestra, que aunque bañada de cosmopolitismo añoró oír los cantos de nuestros gallos, gustar del olor al salitre de su Malecón habanero, valorar la mariposa y el coralillo como las flores más exquisitas, o fascinarse con los adelantos científicos y los misterios del cosmos. «Un ímpetu tenaz, frenético, heroico –disparado contra la enfermedad y contra el tiempo- hacia la perfección incansable», como acertadamente la definió Juan Marinello.
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